LA TRISTEZA DE MARÍA.

(VIERNES SANTO. SÁBADO SANTO.)
(sólo texto, para imprimir)

Hoy, Viernes Santo, es el día más triste del año. Yo desearía acompañar a la Madre de Dios en su tristeza, ya que otros años hemos acompañado a Jesús en su dolor y también en su tristeza.

Guardemos unos momentos de silencio y pidamos al Espíritu Santo que nos ayude a contemplar los dolores de María y a que sepamos unirnos a su tristeza en este Viernes Santo.

Comencemos haciendo una composición de lugar, trasladémonos en un instante al calvario y contemplemos a Jesús clavado en la cruz, con su cuerpo bañado en sangre por los azotes recibidos, los clavos que traspasaron sus manos y sus pies, su cabeza coronada de espinas y los sacerdotes insultándolo, diciéndole que si era Hijo de Dios que baje de la cruz, y los soldados riéndose, diciendo: "Si tú eres el Rey de los judíos ¡sálvate! " (Lc 23,37).

No tan lejos, María y algunas mujeres que le acompañaban contemplaban aquel espectáculo horroroso. Después de unos instantes, cuando pudieron, se acercaron a la cruz para consolar a Jesús con su presencia.

Juntamente con María estaban algunas mujeres que conocemos por su nombre. El evangelista Juan dice (19,25): "Junto a la cruz estaban su madre, y la hermana de su madre, María, mujer de Clofás, y María Magdalena". San Mateo corrobora con los nombres (27,56): "Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago y de José, y la madre de los Hijos de Zebedeo". Y San Marcos los repite (15,40): "Habían también unas mujeres mirando desde lejos: entre ellas, María Magdalena, María, madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé".

Autor: William Hole. María, de pie allí, con gran fortaleza, estaba junto a la cruz. Dice el padre la Palma en su precioso libro sobre la pasión: "Oh, fortaleza de alma! El Hijo moría y la madre no tenía miedo de morir, el hijo estaba clavado en la cruz y la madre estaba de pie, el hijo sufría y la madre ofrecía su sufrimiento, el hijo ofrendaba su vida por la salud del mundo y la madre también estaba dispuesta a darla".

¿Cuáles fueron, María, tus sentimientos en estos momentos de tanta tristeza y dolor? Le veías desnudo y no le podías vestir, le veías escupido y no le podías secar los salivazos, le veías cubierto de sangre y no le pudiste limpiar, le viste llorando y no le pudiste secar las lágrimas, le querías abrazar como madre y no podías porque estaba colgado en la cruz. ¡Qué dolor más grande, oh María, al contemplar a tu hijo de esta manera! Nosotros, nuestra Comunidad del Espíritu Santo, en este Viernes Santo, nos unimos a tu dolor y a tu tristeza.

Todas las madres aman a sus hijos, pero María amaba a Jesús de una manera especial, porque sabía que aquel cuerpo, que ella le había dado por obra y gracia del Espíritu Santo, participaba de la naturaleza divina, y aquel Jesús crucificado que contemplaba, era el Hijo de Dios que moría por nuestra salvación. Qué gran dolor tendría María al ver morir a su hijo suspendido en la cruz, condenado por la justicia humana, proclamado como un blasfemo y traidor, lacerado el cuerpo y colgado en la cruz con tres clavos, entre dos ladrones. La liturgia le aplica estas palabras del libro de las lamentaciones: "Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante". Jesús es obra de María, como todo hijo lo es de su madre. Ella le dio este cuerpo que ahora contempla muerto en la cruz.

Hace tres días que lloraba, escribe Peguy. Nunca ningún hijo había costado tantas lágrimes a su madre. Nunca ningún hijo ha amado tanto a su madre, ni le ha glorificada tanto, ni le ha hecho tan feliz. En el dolor, en el gozo y en la glorificación final siempre celebramos su fidelidad. Continua Peguy: "Mirad que ha hecho de su madre. Desde que comenzó su misión una mujer en llantos, una pobre sufriente, una especie de mendiga de compasión".

Bonitas son las palabras de un rector de pueblo inspiradas en Bernanos sobre la tristeza de María: "Era la misma cara de la tristeza, pero de una tristeza que yo no conocía, de la cual yo no podía participar, tan cercana a mi corazón, al miserable corazón del hombre, y no obstante inaccessible. No existe tristeza humana sin amargor, y aquella, la de María, no más era suavidad, sin sublevación, y aquel no más era aceptación. Hace pensar en no sé que noche larga, dulce e infinita. Nuestra tristeza, finalmente, nace de la experiencia de nuestras miserias, de una experiencia siempre impura, y aquella fue inocente".

Admiremos el sufrimiento de María y su fidelidad. Fidelidad es una palabra clave, entendida como aquello que hace que alguien se pueda fiar de otro, que alguien pueda descansar tranquilamente en otro, que pueda darle su confianza, que le pueda creer, que no le engañe.

María es fiel en los momentos de gozo, fiel en los momentos de triunfo, fiel en los momentos difíciles. María no podía ser infiel en los momentos más tristes para Jesús. Por eso, en el día de hoy la vemos firme al pie de la cruz, triste y afligida, contemplando morir a su hijo amado, y después cuando el Señor es bajado de la cruz, ya muerto, en sus brazos, como lo representó el gran artista Miguel Ángel en la imagen de la Piedad, que se venera en la iglesia de San Pedro del Vaticano.

María es la gran fiel. María se fía de Dios cuando dijo aquel sí al ángel: "He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38), y Dios se fió totalmente del sí de María desde el principio. María correspondió a la fidelidad de Dios hasta su Asunción gloriosa.

Finalmente, el silencio de María. Pocas cosas impresionan tanto como el largo silencio de Jesús en la cruz. Y en este silencio, humilde y majestuoso al mismo tiempo, el hijo era sigilosamente acompañado por la silenciosa presencia, también majestuosa y humilde, de la madre.

El silencio, juntamente con la humilidad, la pobreza y la obediencia, son puntales de la vida cristiana. Todos estos están muy presentes en María en su cántico y en su vida, purifican el corazón y le hacen capaz de acoger, de entender y de sufrir. También nosotros, pues, en el silencio, en la humilidad, en la pobreza y en la obediencia seremos capaces de comprender el sufrimento de esta mujer bendecida entre todas, a quien el pueblo ha proclamado, con acierto admirable, la Dolorosa.

 

Meditemos durante unos momentos de silencio,la pasión de Jesús, las lágrimas de María y su tristeza, tristeza de madre y acabemos pidiendo a la Virgen Dolorosa que nos haga sentir lo que ella sintió cuando estuvo de pie al pie de la cruz.