DOMINGO DECIMOCTAVO DURANTE EL AÑO - Ciclo C
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18 any1_p.JPG (71116 bytes)En el pasado domingo Jesús nos hablaba de la oración, hoy nos habla del dinero.

Podemos dividir el evangelio de hoy en tres partes:

1. Una anécdota de los dos hermanos

2. La parábola del rico necio

3. Consecuencias.

Una anécdota

Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia (Lc 12,13).

Alguien pide a Jesús que le diga a su hermano que reparta la herencia. Jesús le responde que él no quiere hacer de juez.

Jesús, como nosotros, los sacerdotes, no hemos de ir haciendo de jueces o para que nos den la razón. La misión del sacerdote es una misión sacerdotal y sobrenatural.

Todos sabemos por experiencia que el reparto de las herencias puede ser causa de muchos disgustos y mal estar. Sabemos de familias buenas que están peleadas por causa de la herencia. Yo siempre aconsejo a los padres que hagan bien el testamento y dejen las cosas claras.

18 any2_p.JPG (55251 bytes)Parábola del rico necio

Centramos, hoy, nuestra reflexión sobre la riqueza.

La parábola nos habla de un hombre rico que cosechó mucho, agrandó sus graneros y pensó que tenía bienes para mucho tiempo, y que podía tumbarse, comer, beber y pasarlo buen, pero aquella misma noche le sobrevino la muerte.

Hay algunas personas que sólo piensan en acumular dinero, para pasarlo buen y disfrutar de la vida, y no vuelven a pensar más en Dios ni a sus hermanos. Su dios es el dinero.

La oración de un salmo que dice: Señor, no me des ni pobreza ni riqueza, sino lo necesario por vivir.

Naturalmente que el dinero se necesita, pero buscarlo desordenadamente o sin verdadera necesidad, produce mal estar, y conduce a un abuso de los demás, olvidando sus derechos.

El dinero produce riqueza. Esto, no es malo ni bueno por sí mismo, todo depende del uso que se hace y de la actitud interior que es tenga. El empresario, que quiere que su empresa prospere y su finalidad es dar más trabajo y recompensar mejor a los trabajadores, es digno de alabar.

Jesús no aprueba la actitud del hombre que sólo pensaba en agrandar sus graneros para poder vivir muchos años sin trabajar, comiendo, bebiendo y divirtiéndose, sin pensar que era mejor hacerse rico a los ojos de Dios.

El ambiente en el que vivimos, rodeados de materialismo, nos puede llevar a parecernos al hombre que describe Jesús en el evangelio, sin pensar que la verdadera felicidad la encontraremos en amar a Dios y a los hermanos, tal y como nos lo enseña Jesús.

No hay tesoro más grande que tener a Cristo. Si el Señor es nuestra esperanza, sabremos ser felices con muchos o pocos bienes. Si la preocupación de las cosas materiales nos hace olvidar el mirar de cara Dios, y si el deseo de poseer y dominar nos hace ser injustos e insolidarios, cuando nos presentamos ante Dios nos encontraremos con las manos vacías.

La contraposición de acumular tesoros para uno mismo, es hacerse rico a los ojos de Dios, es el resume de la idea que Jesús nos quiere dar. Nosotros hemos de escoger, porque, sorprendentemente, el Señor siempre respeta nuestra libertad.

Dice el Catecismo de la Iglesia católica: "Todos los cristianos… han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto" (LG 42) (CCE. C. 2545).

Un ejemplo:

Hace años me vino a ver un señor que estaba muy contento porque había comprado una televisión, cuando nadie en su barrio la tenía. Trabajaba catorce horas cada día, para pagar el piso y la solución que encontró para pagar con rédito la televisión fue trabajar también el domingo. No es necesario decir cómo estaba esta familia con el padre, que no tenía tiempo para dedicarlo a sus hijos ni a su esposa. Quizás me diréis que este ejemplo no es actual, pero yo os digo que hay muchas personas que les importa más el dinero que el comer.

18 any3_p.JPG (52135 bytes)"Necio, esta misma noche te van a exigir la vida". Lo que has acumulado, ¿de quién será? (Lc 12,20).

Tenemos que pensar que todo lo que tenemos lo hemos de dejar, y que lo más importante no es ser rico en este mundo, sino ser rico ante Dios. Con las riquezas no se compra la vida. ¡Estaríamos arreglados! Sólo morirían los pobres. Tampoco con el dinero se compra la vida eterna.

Jesús nos dice: ¡Vigilad! Guardaos de toda ambición de poseer riquezas, porque ni que alguien tuviera dinero de sobra, sus bienes no le podrían asegurar la vida (Lc 12,15).

Si no se compra con dinero la vida terna ¿cómo la podamos comprar, Señor? La manera de conseguir la vida eterna se poner en práctica el mandato del amor. Os doy un mandamiento nuevo: Amaos los unos a los otros. Como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros (Jn 13,34). San Juan de la Cruz dice: al atardecer de la vida nos examinarán en el amor.

San Juan María Vianney, el cura de Ars, decía que la felicidad está en rezar y amar.

Hay personas que quieren prescindir de Dios y organizan su vida como sí Dios no existiera, en lo referente a la muerte, que cada día nos visita, dicen que es mejor no pensar.

Jesús nos dice que todos nos presentaremos ante Él en el juicio final, premiará a los buenos y castigará a los malos.

Acabo con estas palabras de Jesús: Buscad ante todo el reino de Dios y lo que es propio de él, y Dios os dará lo demás (Mt 6,33).

 

Textos por la vida

Hay cosas que no se compran:

Con dinero podamos comprar placeres,

pero no amor.

Con dinero podamos comprar un esclavo,

pero no un amigo.

Con dinero podamos comprar un hombre o una mujer,

pero no un esposo o una esposa.

Con dinero podamos comprar una casa,

pero no un hogar.

Con dinero podamos comprar tranquilidad,

pero no paz.

Con dinero podamos comprar favores,

pero no perdón.

Con dinero podamos comprar diplomas,

pero no cultura.

Con dinero podamos comprar títulos,

pero no honradez.

Con dinero podamos comprar bienestar,

pero no felicidad.

Con dinero podamos comprar tierras,

pero no el cielo.

Con dinero podamos tener muchas cosas y pasarlo bien, a ratos,

pero sólo aman las personas.

Amándonos a nosotros mismos

y, sobre todo, amando a Jesús

es como podemos ser felices de verdad.

El dinero no da la verdadera felicidad.